Cumbres verdes sobre las nubes. Bien abajo, un valle de piedras azuladas donde corre un hilito de agua. En el medio, un abra (llanura en la montaña) al que los vecinos llaman “el campo”. Sobre ese campo, una escuela. En la entrada, un gran plato blanco con gente alrededor. Zoom en el patio: un festejo con globos celestes y blancos, escarapelas en las paredes de barro.
La mitad de los 52 habitantes de Yaquispampa, en los valles tilcareños de Jujuy, a 2.700 metros sobre el nivel del mar, dan el presente escuchando las palabras alusivas de la maestra: “Tener conexión a Internet propiciará el aprendizaje de saberes necesarios para la integración de niños y niñas en la cultura digital, que les permita desenvolverse de manera autónoma y crítica en la sociedad del futuro”.
“Vos avanzá tranquila que las vacas se corren solas”, le explica Alejandro Besteiro, vicepresidente de la Fundación Aprendiendo Bajo la Cruz del Sur, a Aline, su sobrina y voluntaria, a cargo del volante de una de las dos camionetas 4×4 que salieron hace unos días desde Pinamar, Buenos Aires. Junto al equipo de la ONG, van donaciones y una antena satelital en la caja, entre otros equipos.
Ahora son las cinco de la madrugada y los animales no quieren responder a la máxima de Alejandro. Claudia Gómez Costa, presidenta de la Fundación, cuenta su misión: “Nos dedicamos a conectar a Internet a escuelas rurales de muy difícil acceso, que se encuentran aisladas de toda comunicación. La escuela número 219 de Yaquispampa será la cuadragésimo novena que conectaremos en Jujuy”.
Alejandro Robles, con la parabólica en la espalda, atraviesa el río San Antonio. (Foto: Fernando de la Orden)
Los vehículos avanzan lento, descubriendo, a oscuras, un camino de montaña y selva. Partieron desde la localidad de Ocloyas, un paraje rural de un puñado de casas a tres horas de San Salvador, donde el equipo pasó apenas una parte de la noche en el albergue de la escuela del pueblo.
Después de haber cruzado varias tranqueras, encuentros con zorros grises, más vacas y caballos salvajes… se acabaron las huellas. Llegaron así al Abra del Queñual, el punto de encuentro con la comitiva que bajó desde Yaquispampa unas 12 horas antes. Amanecía.
Aline, voluntaria de la Fundación, ilumina el camino antes de que le digan que es peligroso para las mulas. (Foto: Fernando de la Orden)
Mientras el sol se colaba entre los cerros, aparecieron a paso lento cinco vecinos de la comunidad con nueve animales, cinco mulas cargueras y cuatro caballos. En las mulas se acomodaron los elementos electrónicos, equipaje, ropa y útiles.
“Pero la antena, que tiene una envergadura de 1,20 metro de diámetro, y su base, un rectángulo de hierro muy pesado, no pueden ser transportados por animales porque el camino es muy angosto y peligroso. No queda otra que sean llevados por personas. Son los padres de los alumnos de la escuela, a los que quiero rendirles un homenaje especial: van a cargar estos elementos sobre sus hombros caminando entre 10 y 12 horas, con un amor gigante a su comunidad y una necesidad enorme de no estar más aislados” apunta Claudia, emocionada.
La caminata demora entre 10 y 12 horas, dependiendo del estado físico de la persona y las condiciones climáticas. (Foto: Fernando de la Orden)
Norberto “El Tío” Robles, padre de Eva, que va a quinto grado, se las ingenió para cargarse la pesada, y sobre todo incómoda, base de la antena. Y Alejandro “Renán” Robles, papá de Mía y Daniel, alumnos del jardín de infantes, se cargó el plato blanco de la antena, atándosela con sogas como una mochila gigante.
Manos expertas cosen las bolsas de arpillera donde se acomodan las cargas. Otras ajustan los tientos en las mulas cargueras. Mientras tanto, los que van caminando inician el viaje que les llevará todo el día y parte de la noche.
El sendero es muy duro hasta para el más entrenado. Son aproximadamente 20 kilómetros subiendo y bajando cerros con una altura máxima de 2.800 metros y una mínima de 2.100, por un camino “de herradura” (lo llaman así porque es tan estrecho que sólo puede ser transitado a caballo o a pie). Atraviesa dos ríos, un arroyito, varios abras, una pequeña laguna y bosques de alisos, el árbol nativo de estas alturas.
Este mismo sendero es el que recorren las tres maestras de la escuela para ir a dar clases con una modalidad de 20 por 10: 20 días seguidos de clase y 10 de descanso, que en realidad para ellas son 8 por los días que pierden en ir y volver, ya que dos viven en San Salvador y una en Humahuaca.
“Este es el mejor camino, nosotras que estamos en óptimo estado físico tardamos entre 6 y 8 horas. En algunos tramos vamos al trotecito para que no se nos haga de noche”, cuenta, orgullosa, Silvina Velázquez, la directora. “Aunque ya son años que lo hacemos, una vez nos perdimos tres veces por la niebla que no nos dejaba orientar. Siempre vamos las tres juntas por si alguna tiene un accidente”, agrega.
Cómo es el camino hasta Yaquispampa
Mar de nubes por debajo de la ruta de los viajeros: están entre los 2.100 y los 2.800 metros de altura. (Foto: Fernando de la Orden)
“Ta’ pesadito el fierro”, dice Norberto con unas erres que se pierden en su boca llena de hojas de coca. “Hay que caminar ligero cuando vamos cargados para poder parar y descansar”. Hecho que agradeció más de una vez el resto del equipo, sobre todo en las subidas que los dejaba sin aliento.
Cruzar el primer río, justamente llamado “Remate”, marcó el fin de la caminata para los dos hombres del equipo visitante que, ya sin aire, se quedaron ahí esperando a los caballos.
Los demás siguieron a Norberto con la promesa de juntarse todos más arriba para almorzar y descansar en el Abra Azul, donde hay una lagunita de lluvia. El premio de los que llegaron primero fue poder ver de cerca el hipnótico planear de un cóndor y hasta de echarse una reparadora siestita al sol. Casi una hora después llegó el resto. Se disfrutó de un picnic en ese parque en las alturas, se ajustaron las cargas de las mulas, y con nuevos ánimos se reemprendió el viaje. Faltaba más de la mitad.
Picnic y descanso en el Abra Azul. (Foto: Fernando de la Orden)
“Usted sabe que el camino largo se hace todavía más largo con esta carga en la espalda”, avisa Alejandro Robles, quien se sumó a los caminantes llevando la antena (la primera parte la hizo junto con las mulas). “Pero estoy muy agradecido por todo lo que vinieron a hacer, nos van a dejar un gran regalo”, dice al grupo con voz tímida pero llena de respeto.
El nuevo problema, para los novatos, fue que Norberto y Alejandro parecían jugar una carrera a ver quién llegaba primero y quién caminaba trechos más largos sin parar a descansar. Imposible seguirles el paso.
Alejandro y Norberto se las ingenian para preparar el equipo que tendrán que llevar sobre sus espaldas. (Foto: Fernando de la Orden)
El grupo se volvió a juntar en “la playita” del río San Antonio, el más caudaloso, cuando ya la luz del sol empezaba a flaquear, igual que la fuerza en las piernas cansadas.
En ese mismo momento se vivió una sorpresa épica: más vecinos aparecieron en el lugar, llegados desde Yaquispampa, con nuevas monturas para asegurar la gesta y llevar a todos los visitantes en el último trayecto de noche. También pudieron relevar a Norberto, que le cedió la base de hierro a Alejandro, el más sacrificado de la expedición, y el plato de la antena lo cargó Osvaldo Galván, el agente sanitario del paraje.
“No enciendan las linternas que encandilan a las mulas”, advirtió un guía, mientras el grupo pasaba por la cornisa de un precipicio negro. Unos se encomendaron al instinto de supervivencia de los animales, otros le rezaban a su virgencita, o repetían un rosario.
La comunidad de Yaquispampa, reunida para celebrar la llegada de Internet, posa junto a los voluntarios de la Fundación. (Foto: Fernando de la Orden)
Norberto, quien iba a pie y llevaba de las riendas a los caballos, era el único que podía usar algo de luz para adivinar el camino. Recién cuando el viaje llegó a su fin, se animó a confesar: “Mi linternita alumbraba alguito ahí cerquita nomás. De noche es muy peligroso este viaje, para colmo se venía la nibelina, lo nublao, y encima yo tengo una sola vista (perdió un ojo de un astazo, un golpe con el cuerno de un toro). Pero estoy muy contento que hemos logrado llegar todos bien y sin ningún accidente”.
En la escuela de Yaquispampa el grupo fue recibido con alegría, muchos abrazos, y una comida reconfortante: el locro del 25 de mayo.
El gran momento: Internet llega a Yaquispampa
Los alumnos de la escuela participan de la instalación de la antena. (Foto: Fernando de la Orden)
Amanecer blanco para el día D de la conexión. Niebla y cielo encapotado que solo por momentos se abrió para permitirle que Juan Santoiani (ingeniero de la Fundación y encargado de hacer que todas las piezas funcionen) viera los cerros que rodean la escuela y así calcular el ángulo de instalación de la antena y lograr el enlace con el satélite.
Mientras las maestras colocaban las últimas guirnaldas celestes y blancas en el patio, Juan, con la ayuda de Eva, Edgar y Josué, los tres únicos alumnos de la escuela primaria, empezaron a ajustar tuercas para armar la antena.
“Siempre trato de llamar a los niños a participar del proceso, también a otros miembros de la comunidad para que la sientan como propia y sean luego sus custodios”, explicó Juan.
Eva sonríe con su celular conectado ante la mirada de papá Norberto y su primo Edgar. (Foto: Fernando de la Orden)
Osvaldo, el enfermero, fue el encargado de nivelar el suelo de tierra a pico y pala. El siguiente paso fue instalar la base y sobre ella la antena ya lista.
En el patio de la escuela, un vecino repartía escarapelas con saco y galera. Eva, como dama antigua, contaba los sucesos de 1810. Josué y Edgar cantaban unas coplas. Mía vendía empanadas calientes para viejitas sin dientes. Alejandro y su esposa enamoraban bailando una chacarera.
Yaquispampa tiene la primera videollamada de su historia: Adriana y Aline saludan a Claudia Gómez Costa, presidenta de la ONG. (Foto: F. de la Orden)
Juan, sentado afuera frente a un pupitre al lado de la antena, seguía trabajando en la conexión con una computadora, una maraña de cables, y hasta una escuadra escolar. No quiso parar ni cuando sonó la campana avisando que ya era la hora de entrar al comedor para almorzar. Tocaba asado con papines andinos de colores, esos que en Palermo los venden como una excentricidad.
Durante el almuerzo, Adriana, otra voluntaria de la Fundación, salió del comedor y volvió a entrar conmovida. Es que afuera había visto una escena común y corriente para cualquier persona que vive en la ciudad: un hombre feliz haciendo una videollamada por WhatsApp desde su celular.
Levantando apenas la vista hacia los cerros se dio cuenta de que estaba viviendo un hecho histórico: la primera vez que en esa escuela, y en toda esa comunidad, se producía una conexión a Internet. El hombre feliz era Juan, que para probar el funcionamiento de la red estaba viendo y hablando fluidamente con Claudia Gómez Costa, que junto a Silvia, su esposa, se quedaron en la escuela de Ocloyas.
La directora Silvina Velázquez aprovecha la flamante conexión de Internet en una netbook junto a Josué, Eva y Edgar. (Foto: Fernando de la Orden)
También se asomó Silvina, “la dire”, que ya sospechaba algo, y al ver lo que pasaba empezó a dar saltitos de alegría. Entonces, sin estar ensayado, Juan entró al comedor con el teléfono en la mano con Claudia saludando desde la pantalla, recibiendo un fuerte y emotivo aplauso de todos. Los vecinos se abrazaron, las maestras compusieron una canción de agradecimiento, los nenes sonrieron y se miraron incrédulos.
“¿Me pasás la clave del WiFi?”. Fue Alejandro Besteiro el que amorosamente se sentó en el patio e improvisó una “mesa de ayuda” para guiar a todos los que, ansiosos, querían conectar sus celulares.
“La bidireccionalidad de Internet permite no sólo que esta comunidad reciba toda la información que le brinda la red, sino que ellos mismos se van a poder mostrar al mundo, con su cultura, sus costumbres, su amor por esta tierra que es bellísima. Vale la pena el esfuerzo que es llegar hasta acá porque ahora vamos a estar mucho más juntos”, dice Juan Santoiani, enlazando sus manos y con los ojos cargados.
La maestra Vicenta González dicta clases en el aula de primaria. (Foto: Fernando de la Orden)
“Cuando a veces vamos a la ciudad nos sentimos nulos en el tema de la tecnología, nos cuesta un montón, y ahora eso va a cambiar”, se ilusiona Osvaldo. “Recién he mantenido una conversación con mi hijo…